Aunque ”El amor en los tiempos del cólera” sea el título de una novela romántica del Premio Nobel García Márquez, sirve bien -como titular- para ilustrarnos el momento presente. Tiempos de cólera en lo pandémico, de cólera en lo social, de cólera en lo económico pero sobre todo en lo anímico (trascendiendo a todo nuestro esquema emocional) con consecuencias en nuestra manera de entender y vivir la vida.
Cuántas expresiones de no entender se oyen cada día. De no entender lo que está pasando, ni lo que estamos haciendo, ni mucho menos cómo lo estamos haciendo. Un antiguo voluntario de Misión Urbana me decía la semana pasada: “Dios ya no contesta a mis oraciones. No entiendo por qué permite todo este dolor, ¡cómo a tanta gente inocente! Cómo puedo hablar yo y decir que Dios ama a las personas”.
Nuestro veterano amigo, y fiel creyente (hoy ya tiene más de ochenta años), que se dejó muchísimos días de su vida sirviendo al Señor en Misión Urbana, no expresa nada muy distinto de lo que sintamos o pensemos cualquiera de nosotros. Porque no tenemos mejores respuestas que él, para un mundo en crisis. Y la respuesta fácil, no sólo que no existe sino que, si la intentamos, no tiene más efecto que incendiar aún más a nuestro interlocutor. Por tanto, haremos bien en huir de ella y reconocer que nos hemos quedado sin palabras.
Entonces, ¿qué? Cuando nos quedamos sin palabras, ¿qué tenemos que hacer? ¿Replegarnos y huir? Recuerdo a un jefe que decía: ¿qué tenemos que hacer?, ¡hacer! Eso es lo que tenemos que hacer. Alguien pensará que esto es una simpleza. Porque, sí, hay que hacer, pero con propósito, dirección y orden. Pero eso es precisamente lo que Dios nos ha dado a cada hija e hijo suyo, propósito, dirección y orden para amar.