EL OTRO VIRUS
Parece un poco pronto para anunciar ya otro virus, aunque los científicos y otros prohombres de nuestro tiempo como Bill Gates ya nos lo han anticipado. Pero no se trata, aquí, de jugar nosotros a visionarios ni a falsos profetas.
Se trata de pensar en el que vino acompañando al SARS-CoV-2. Las Bolsas mundiales reflejaron alivio económico al conocer la noticia de la primera vacuna, la de Pfizer, a punto de empezar a aplicarse en occidente. Reino Unido ya la está inyectando a personas de riesgo, lo que nos permitirá conocer pronto sus efectos, tanto positivos como adversos. Ese alivio que advirtieron las Bolsas, los intermediarios financieros y los especuladores no parece que haya convencido mucho a la población mundial. No sólo los negacionistas, sino un gran número de personas desconfía de unos resultados lo suficientemente positivos a corto plazo como para regresar al ansiado mundo feliz. Algo así, como si la vacuna no lo fuese todo.
Resulta evidente que el virus nos trajo una infección que desemboca en múltiples manifestaciones de enfermedades asociadas, y de alcances desconocidos. Parece que ningún órgano del cuerpo humano le es ajeno. Riñón, pulmón, corazón, ojos, cerebro, hígado y una retahíla, que es mejor no consultar en Google. Como todas las enfermedades y todas las alteraciones que acusa el cuerpo humano, esta no tiene sólo un alcance somático. También lo tiene en lo emocional, en la inteligencia, en lo moral y en la espiritualidad del ser humano, sea cual sea su condición.
Seguramente para cuando empecemos a vacunarnos en España (siempre hemos llegado tarde a todo) podremos comparar el después con el antes. Y nos vayamos dando cuenta de aquellas consecuencias que la vacuna no libra. El número de contagiados reconocidos en el mundo no incluirá al total de contagiados asintomáticos. Y el total nos será siempre desconocido. Los cuadro clínicos del conjunto de la humanidad irán, en un futuro, revelando el alcance de los efectos del virus y del número aproximado de afectados. Pero, incluso en la parte de no contagiados, las consecuencias no somáticas son y serán visibles y para ellas no parece que haya, ni vaya a haber, vacuna.
Tras la crisis de Lehman Brothers en 2008 y su reflejo en la economía española en 2009 todos clamábamos por el fin de la crisis, y ya se nos advertía con aquello de: ¿para volver a hacer lo mismo que antes? Un, no aprendemos.
Corremos un serio riesgo de que el virus saque, además de lo mejor de nosotros (desarrollo científico), lo peor de nosotros (una adaptación inhumana a un medio tan adverso). La capacidad de supervivencia es inagotable, sorprendente e imprevisible. Los criterios utilitaristas que aplica a nuestras decisiones la naturaleza caída, en unos y en otros, hacen estragos. Este otro virus, el que genera deshumanización en tantas esferas de la vida, no encuentra antídoto adecuado en la vacuna. Y también clamaremos para que todo esto termine, aunque nos suceda como en 2008-2009: ¡no aprendemos!
Hacer un repaso de todas aquellas cosas que humanamente hemos ido cambiando al paso del virus, rindiéndonos al sistema, nos dará una imagen bastante deformada del hombre que Dios creó. Deformación que nos aleja del modelo. De su imagen. ¡Y cuidadín con el otro modelo!
De cuántas cosas voy a tener que dar cuenta. De cuántas cosas, todavía, me tiene que librar el Señor. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros (Romanos 5:8).